lunes, 3 de enero de 2011


Recuerdo lo especial que fue ir al cine a verla. Hace seis años de ello. Y en estos seis años, creo que no hay una sola y pequeña parte de mí que no haya cambiado.
Pero cada vez que la veo, vuelvo. O nunca me he ido, estoy allí.
La música, las imágenes, los silencios, las espadas y las caricias, el final.

Cada vez que veo La casa de las dagas voladoras, Xiao
Mei sigue siendo Xiao Mei.



Cada cierto tiempo trato de olvidarla, convencerme de que nunca la vi. No sé muy bien por qué lo hago.
No sé si es un castigo o un alivio. Pero así es.

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