Tristana, Benito Pérez Galdós.
Reconozco que me encantan las novelas en las que celestinas, sirvientas o damas de compañía se esconden en los armarios de la cocina con sus amados; mientras la señorita se peina en su habitación a la espera de que su marido no sea muy mayor o muy gordo.
¡Ay esos amores indebidos! A las mujeres literarias no hay quien las controle.
1 comentario:
¡Y que no se controlen, por favor!
que fluyan!
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